lunes, 17 de agosto de 2009

Aquel día de julio en Guayaquil


Esta semana estaré participando del IX Congreso Nacional de Ciencia Política en Santa Fe de la Vera Cruz, por lo que me voy a ocupar de ese tema.
Pero para no descuidar el blog, les dejo una reflexión de algo que pasó hace poco más de 187 años, la entrevista entre José de San Martín y Simón Bolívar, dos tipos que hicieron mucho por la libertad de este continente, pero que parece que no pudieron conciliar sus ideas sobre el mismo tema.
José Francisco de San Martín había nacido en Yapeyú, Corrientes el 25 de febrero de 1778, y falleció en Boulogne Sur Mer, Francia el 17 de agosto de 1850. Sus restos descansan finalmente en Buenos Aires (y no en el lugar que lo vió nacer) desde 1880.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco nació en Caracas, Venezuela el 24 de julio de 1783, y falleció en Santa Marta, Colombia el 17 de diciembre de 1830. Pero recién doce años después de su muerte sus restos regresaron a su Venezuela natal.
Me dirán que tiene que ver esto con política internacional, a lo que les contesto que estos dos personajes fueron los fundamentos de nuestra independencia y nuestras relaciones exteriores. Ellos más que nadie hicieron política internacional.


San Martín y Bolívar: dos ideas distintas para América.
Diario La Nación, 17/08/2009.
Cuando aquel 26 de julio de 1822 San Martín llegó al palacio de Guayaquil para el diálogo decisivo con Bolívar, ya había perdido sus ilusiones sobre el destino de América latina y tenía juicio formado sobre el militarismo heroico y vacuo del Libertador. En efecto, la violencia militar puede liquidar un orden establecido, pero no crearlo. Y éste es el punto crucial al que había llegado San Martín en su experiencia extrema de retorno a esa América de su primera infancia.
Había vivido hasta los 3 años en el paraíso subtropical de Yapeyú, sobre el Uruguay –el río de los pájaros–, y hasta los 7 en ese aldeón melancólico llamado Buenos Aires. Sus padres fueron trasladados a España y desde los 11 años su familia sería el ejército real durante 20 años de guerras, desde el norte de Africa hasta las batallas ganadas contra la invasión napoleónica.
Gozaba del mejor concepto y del rango de coronel. ¿Qué lo había decidido a enrolarse en la aventura de la independencia y volver sus armas contra su juramento? No era hombre de evocaciones ni de nostalgias. Tal vez tenía algunas imágenes de paraíso perdido: la ternura de su madre, los tucanes chocando sus picos en un rito de amor, la temida leyenda del yaguareté-í, la placidez cósmica del gran río.
España moría como imperio y tal vez San Martín ya no soportaba la decadencia y la corrupción del ocaso de Fernando VII.
San Martín había llegado a Guayaquil en el bergantín Macedonia. Bolívar le mandó a sus edecanes en traje de gran parada. A caballo recibió el homenaje de coraceros; entre centenares de banderas colombianas (Bolívar se había anexado Guayaquil en forma inconsulta), alcanzó el palacio donde el libertador lo estaba esperando.
Desde allí, ambos saludaron a la multitud. Eran dos hombres muy opuestos. Bolívar se movía con gestos rápidos y nerviosos; por momentos se erguía muy estirado, como suelen hacerlo los que tienen una estatura inferior a la media. Asumía con sublimidad de senador romano su figura de dimensión histórica. Arando en el mar
Dominaba con generosidad y soltura toda circunstancia pública. Hablaba con energía y precisión. Se había formado en la riqueza. Conocía los clásicos y las vanguardias europeas. Se sentía ungido para una misión y estaba en el cenit de sus éxitos. Amaba los caballos, los libros, los dioses grecolatinos, la grandeza, las mujeres, las ideas liberales y republicanas de la Ilustración. Su amante incomparable era Manuela Sanz, vestida con uniforme de húsar, chaqueta roja y doble hilera de botones dorados. Cabellera negra derramada hasta enredarse en las charreteras color oro.
San Martín era circunspecto, poco sonriente. Adusto como el mismo Escorial. Llegaba a ese encuentro sin esperanza de cambiar su destino. Sentía seguramente que sería un milagro que Bolívar pudiese compartir un tema opuesto por completo a la visión del triunfo militar que lo exaltaba como estratego genial. San Martín había dejado todo preparado para regresar inmediatamente a Perú y reembarcarse hacia Chile.
Bolívar hacía de todo fasto una fiesta. Convocó a las familias distinguidas y al cabildo de Guayaquil a rendir homenaje al héroe sureño. San Martín la debe de haber pasado muy mal cuando Carmen Garaycoa, la adolescente hija de una amante del libertador, se acercó a él como una vestal griega y le colocó una corona de laureles y oro.
Desconcertado, se la quitó y se la devolvió a la niña murmurando que no merecía semejante homenaje. Luego, los héroes dialogaron a solas durante el almuerzo y al día siguiente se reunieron cuatro horas que serían para siempre famosas para nuestra historia.
Desde ese día en Guayaquil faltaban ocho años para la muerte trágica de Bolívar. San Martín, como un ángel premonitor, de algún modo le adelantó la frase que el libertador pronunciaría como un triste reconocimiento al expirar: "Hemos arado en el mar". Apenas un desierto
Los historiadores no se detuvieron en el tema menor del comando para las batallas finales y del consiguiente renunciamiento. No fue el tema: Bolívar estaba ya claramente establecido en la primacía del poder continental y San Martín se había desprestigiado ante sus oficiales al no ordenar a Arenales la destrucción del ejército español cuando abandonaba Lima rumbo a las sierras.
Esa extraña orden, nacida del espíritu e ideología de Punchauca, prolongaría la guerra tres años, hasta la batalla final de Junín y Ayacucho, ya retirado el libertador argentino. ¿Qué visión trastornaba a San Martín?
Sabía que araban en el mar. Consolidaban una independencia sin contenido. Un grupo de militares, clérigos, abogados y propietarios asumían en nombre de la democracia el gobierno de repúblicas vacías.
La violencia de caudillos, señores de la guerra y explotadores era más grave que la placidez de la colonia española en ese siglo de decadencia final. No se podía hacer nada vital con esos pueblos anonadados.
El, Belgrano y muchos otros habían mitificado al Incario en el Congreso de Tucumán. América era un desierto apenas poblado por entes vaciados que miraban pasar las tropas de sus libertadores con total indiferencia, esperando que se asentase de una buena vez el polvo alimentado por los cascos.
¿Para qué querían la independencia si no podían reencontrar los dioses que les habían matado? El teocidio fue la clave del genocidio de la conquista.
Para San Martín todo era una desilusión. Esos pueblos vivirían muchas décadas de desastres. Quedaban enfrentados a la nada y a la anarquía.
Como la Argentina, todos nuestros pueblos serían envilecidos en guerras civiles y en el triunfo de caudillos efímeros. Quedarían cortados del mundo de los países centrales sin alternativas culturales eficientes.
Cortados del mundo de la civilización occidental, volveríamos a ser meros desiertos en los confines.
Leguas vacías, alguna posta entre espinillos, jaurías de perros cimarrones y la bendición de alguna torre caleada de campanario señalando la ciudad, con su señoría ignorante y con todo el tedio de la incultura de los universos marginales.
Había que conseguir la independencia, pero organizando monarquías constitucionales con príncipes españoles y europeos para quedar vinculados vitalmente con la cultura y con el progreso del siglo. Reunión en Punchauca
Esta convicción nacida de sus cabalgatas americanas se transformó en obsesión y fue el tema de la reunión de Punchauca, un año antes de ese encuentro en Guayaquil, cuando el 2 de junio de 1821 se reunió con el virrey de Perú, en plena guerra y antes de la caída de Lima.
El general Mitre, que consideró una entelequia el plan de San Martín, destacó la reunión de Punchauca como el paso político más trascendental en la vida del Libertador.
San Martín puso como base el reconocimiento de la independencia de Perú por parte de España. Se entronizaría a un príncipe español como monarca constitucional. Se nombraría un consejo de regencia hasta la llegada de aquel príncipe.
El virrey y San Martín podrían viajar para presentar el tema ante la Corte de España. Cesaría el sistema colonial y entrarían en el siglo de los ideales liberales afirmando la realidad cultural occidental. El virrey y sus generales liberales exultaron con el plan.
Hubo brindis, exaltados. La penosa guerra y las matanzas concluirían en una renovación de progreso mutuo basado en la cultura común.
Lo que aceptaron el virrey y sus generales fracasó en los pasillos de Madrid, donde los burócratas pensaban que podían todavía reconstruir el imperio de Felipe II. San Martín entró en Lima poco después.
El Libertador jugó su última carta ante Bolívar en Guayaquil. Pero para entonces Bolívar ya pensaba en la monocracia vitalicia. Expresó que no admitiría que vinieran Borbones, Austrias ni ninguna otra dinastía europea diferente de nuestra masa.
En cuanto a España, afirmaba que no bastaba romper con España, sino que "era indispensable también romper con todas sus tradiciones de gobierno y administración, y entre ellas con la tradición monárquica".
Todo estaba dicho, y brutalmente dicho. El general San Martín le diría a su yerno Balcarce: "Bolívar me trató con grosería".
Terminada la reunión, hubo una espléndida cena con baile. El hombre de perfil de senador romano del acto de la mañana se movía feliz bailando incansablemente entre mujeres bellas y oficiales con sus entorchados.
San Martín se apartó sigilosamente y dijo a Guido: "No puedo soportar este bullicio, nos vamos ".
Y se embarcó en el Macedonia, hacia Perú, para renunciar a todos sus cargos y emprender después el largo exilio, mientras la anarquía dominaba el continente.
Nadie había comprendido lo que culturalmente se consolidaría como realidad un siglo más tarde.

Por Abel Posse Para LA NACION
El autor es novelista y miembro del Instituto Sanmartiniano de Perú.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Algo huele mal en Myanmar


Foto Diario El País, Madrid


Condena internacional a la sentencia contra la Nobel Aung San Suu Kyi
ELPAÍS.com / EFE - Madrid / Bangkok - 11/08/2009
La líder del movimiento demócrata birmano y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, ha sido declarada este martes culpable y condenada a tres años de trabajos forzados por el tribunal especial que la ha juzgado por quebrantar el arresto domiciliario. La sentencia ha provocado las críticas de la comunidad internacional. El presidente de EE UU, Barack Obama, ha condenado la decisión y pedido la "excarcelación inmediata y sin condiciones" de Suu Kyi. La decisión del tribunal especial también ha sido criticada por organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha retrasado hasta este miércoles una reunión de urgencia para discutir un texto de condena del fallo y exigir su liberación de la opositora. Según fuentes diplomáticas, la reunión prevista para este martes se ha suspendido para dar tiempo a que algunas delegaciones consulten con sus capitales.
Tras la sentencia, la Junta Militar de Myanmar (antigua Birmania) que preside el general Than Shwe, ha ordenado conmutar la pena impuesta a la Nobel de la Paz y la ha confinado en su residencia de Rangún durante un año y medio, según indican fuentes judiciales. La orden fue dada por el jefe de la Junta Militar a través de un mensaje leído en la sala por el ministro del Interior, general Maung Oo.
Las autoridades permitieron la asistencia de los diplomáticos a la vista, celebrada en un pabellón del complejo penitenciario de Insein en el que Suu Kyi se encuentra encarcelada desde el pasado 14 de mayo. Con motivo de la vista, cerca de dos mil efectivos de las fuerzas de seguridad fueron desplegados en el perímetro de la prisión y en los accesos al barrio de Insein.
Como en días anteriores, los diarios estatales han publicado hoy nuevas advertencias sobre las drásticas acciones que llevarán a cabo las fuerzas de seguridad ante cualquier protesta callejera por parte de los seguidores de la dirigente, conocida también como la Mandela de Myanmar.
Atrasos y cortapisas
El veredicto, que en principio iba a ser emitido el 31 de julio, fue aplazado hasta el 11 de agosto por el tribunal especial porque era necesario más tiempo para estudiar los argumentos legales relacionados por medio de un referéndum.
El juicio estuvo dominado por el hermetismo propio del régimen militar, los retrasos continuados y las cortapisas que los jueces pusieron a los abogados que defendieron a la líder opositora.
Suu Kyi, de 64 años y que lleva 13 de los últimos 19 bajo arresto domiciliario, fue acusada de quebrantar los términos del arresto al cobijar dos noches en su casa al ciudadano estadounidense John Yettaw, juzgado por infringir las normas de seguridad ciudadana. Este ex veterano de Vietnam pasó inadvertido ante los guardias de seguridad y nadó hasta la casa de Suu Kyi en el Lago Inya el 4 de mayo, donde se quedó durante dos noches. Yettaw, de 54 años y quien padece de diabetes, fue dado de alta médica anoche por los médicos del Hospital General de Rangún, donde estuvo ingresado una semana para recibir cuidado por los ataques de epilepsia que sufre desde hace años.
Los activistas pro derechos humanos ya afirmaron en el comienzo de este juicio que un veredicto de culpabilidad era inevitable en un país donde más de 2.000 presos políticos se encuentran tras las rejas y donde los tribunales habitualmente se doblegan ante los generales.
Los militares gobiernan la antigua Birmania con puño de hierro desde 1962. La dictadura que preside el general Than Shwe rechazó a principios de mayo la petición hecha por la Liga Nacional por la Democracia (LND), partido de Suu Kyi, para que pusiera en libertad a su líder por su deteriorado estado de salud. El partido de la Nobel de la Paz ganó las elecciones generales celebradas en 1990 por abrumadora mayoría, aunque los resultados nunca han sido reconocidos por los generales.China no se suma a la condena internacional contra Myanmar
Tras la sentencia que alarga la detención de la líder opositora Aung San Suu Kyi, la portavoz del Ministerio de Interior invita a no interferir en los asuntos interiores del país


REUTERS - Rangún - 12/08/2009
China no se suma a la condena internacional suscitada por la nueva sentencia que el régimen militar de Myanmar (antigua Birmania) infligió ayer a la líder opositora Aung San Suu Kyi. La primera declaración oficial de Pekín al fallo que ayer impuso a la premio Nobel de la Paz otros 18 meses de prisión domiciliaria, ha llegado hoy desde el Ministerio de Exteriores que se ha expresado en defensa de la soberanía de Myanmar en la gestión de asuntos interiores.
La portavoz del Ministerio Jang Yu ha declarado que es el diálogo y no la critica lo que puede ayudar a la antigua Birmania a seguir el camino hacia la democracia, el desarrollo y la reconciliación nacional. "Y no sólo en el interés de Myanmar", ha dicho Jiang, "sino de la estabilidad regional". En un comunicado, la portavoz ha subrayado que "la comunidad internacional tiene que respetar la soberanía judiciaria de Myanmar".
El comentario del Ministerio de China, una de las pocas naciones que apoyan la junta militar birmana, podría significar que Pekín no respaldará ninguna acción de las Naciones Unidas contra el país. Los países occidentales presionaron ayer al Consejo de Seguridad para que adoptara un comunicado de condena, pero otros países, incluidos Rusia y China que tienen derecho de veto, tuvieron una posición evasiva.
Por su parte la Asociación de Naciones de Sureste Asiático (ASEAN), a la que también pertenece Myanmar, ha expresado su "profunda decepción" por la sentencia contra Suu Kyi. La ASEAN ha mantenido una política de no interferencia en los asuntos de política interior de sus miembros. Sin embargo la negativa de la junta militar birmana a una mejora de la situación de los derechos humanos en el país ha sido uno de los principales motivos de tensión con la organización.